viernes. 29.03.2024
Javier Heraud. Foto referencial
Javier Heraud. Foto referencial

“Yo munca me río de la muerte. Simplemente, sucede, que no tengo miedo de morir, entre pájaros y arboles”.

Hace casi sesenta años, en la madrugada del 15 de mayo de 1963, Javier Heraud, poeta y guerrillero de 21 años “moría su propia muerte” - como quería Rainer Maria Rilke -
abatido “entre pájaros y árboles” por varios disparos de efectivos de la entonces Guardia Republicana mientras se transportaba sobre una canoa por el río Madre de Dios, cerca de Puerto Maldonado.

Miembro de la denominada Generación del 60 (que agrupó entre otros a poetas como César Calvo, Arturo Corcuera, Luis Hernández, Marco Martos, entre otros), Javier Heraud destacó desde su adolescencia por su talante humanista, expresado en sus múltiples intereses artísticos (poesía, cinematografía, entre otros) y su compromiso político social (que lo llevó a participar de la guerrilla por la cual viajó a Madre de Dios, al parecer en una misión para rescatar al entonces recluido dirigente Hugo Blanco).

Con tan sólo tres poemarios publicados, dos en vida (El Río de 1960 y El viaje de 1961) y uno póstumo (Estación reunida), Javier Heraud combinó la mejor tradición de los poetas que abordan con inusual profundidad y soltura temas como el tiempo y la muerte (como su admirado TS. Eliot) y la de aquellos comprometidos contra la injusticia social (como su también admirado Miguel Hernández).

Merecedor de varios y sentidos homenajes y semblanzas después de su muerte, tanto dentro como fuera del país (como las sentidas cartas enviadas por Pablo Neruda y Nicolás Guillen al enterarse de su muerte), mención especial merece el excelente ciclo de canciones que le dedicó Chabuca Granda (compuestas entre 1968 y 1973) y que están condensadas en una confesión “Joven ausente: firmemente creo que todos te asesinamos en ese domingo crudelísimo, ese 15 de mayo de 1963, en aquella cacería desalmada que se desató en Puerto Maldonado”.

Las letras de las seis canciones que conforman dicho ciclo (Desde el techo vecino, El fusil del poeta es una rosa, Las flores buenas de Javier, Silencio para ser cantado, Un bosque armado y Un cuento silencioso), contienen entrañables versos que hasta hoy nos interpelan como sociedad que no ha superado las causas estructurales y estructurantes de la exclusión e injusticia social...

“Óyeme, hermano, / contesta hasta mi sombra... / ¿Qué piensas de la muerte / que te dimos y el frío” ...

“Un zapato oscuro ha quedado en la azotea / a la manera que andaba y te calzaba; / ha quedado solo tu camino, niño”...

“¿Quién recogió mi camisa del agua, / labrada de patria, guerrilla y canoa? / La agité muriendo a la orilla / de mi vida, abierta en hoguera; / ¿quién vino hasta el río para recogerla?...

“Una canon en Puerto Maldonado, / en la canoa un grito y un disparo, / una ribera sorda, más disparos, / un guerrillero muerto y un remero” ...

Después de permanecer cuarenta y cinco años en el cementerio (antiguo) de Puerto Maldonado, recién el 2 de mayo de 2008 sus restos mortales, por deseo expreso de su
madre, Victoria Pérez Tellería, fueron trasladados al panteón familiar ubicado en el sector “Los Algarrobos” del cementerio “Los Jardines de la Paz” de La Molina (Lima). En su lápida está grabado el poema ocho de El Viaje: “He vuelto. Dormí un largo año, descansé y estuve muerto, pero gocé de abril y de las flores blancas”.

Javier Heraud: a sesenta años de su muerte propia entre pájaros y árboles