
En lo más profundo de la Amazonía, donde los ríos son las únicas carreteras y la selva resguarda comunidades que pocos conocen, habitan las mujeres del pueblo Ese Eja. Durante años, han librado una batalla silenciosa contra las barreras que les han impedido acceder a las mismas oportunidades que los hombres, enfrentando no solo la falta de recursos, sino también costumbres y creencias que, por generaciones, han intentado marcar los límites de lo que pueden o no pueden hacer. Pero, poco a poco, con decisión y un profundo sentido de comunidad, están trazando un nuevo camino.
“Antiguamente las mujeres no podíamos participar en las reuniones comunales porque eran lugares donde los hombres tomaban las decisiones de la comunidad y lo hacían en representación de toda su familia”, recuerda Teófila Viaeja Saavedra, comunera y presidenta de la asociación de Mujeres Artesanas Shi’Oi en Palma Real.
Palma Real es una de las tres comunidades nativas del pueblo Ese Eja en Madre de Dios, en la frontera entre Perú y Bolivia. Para llegar desde Puerto Maldonado, se necesitan seis horas de viaje en peque peque, una embarcación tradicional que recorre los ríos de la selva. Este departamento es considerado el más biodiverso del Perú y alberga 36 comunidades nativas de siete pueblos originarios, algunos de ellos en aislamiento voluntario y contacto inicial.
Tejer desde lo comunal
A Teófila le tomó 55 años presenciar un cambio que antes parecía imposible en su comunidad: ver a los hombres ceder espacios de liderazgo, mientras las mujeres ganaban autonomía y fortalecían la economía familiar a través de la artesanía, un arte ancestral heredado de las sabias indígenas.
Una mañana, ella recuerda cómo las mujeres comenzaron a reunirse en la casa Shi’Oi para iniciar una jornada de tejido colectivo. Algunas llevaban a sus bebés en brazos; otras, sus tejidos a medio terminar. Poco después llegó Zenón Yojaje, un comunero que ha sido un gran aliado para las artesanas y que se muestra profundamente comprometido con la labor que ellas realizan. Como en un relevo silencioso, tomó a su hijo en brazos y se encargó de que los otros niños no interrumpieran el trabajo de sus madres, permitiéndoles concentrarse sin la carga de los cuidados.
Años atrás, una escena así habría sido impensable. Los hombres se dedicaban exclusivamente a la caza, la agricultura y la pesca, mientras las mujeres permanecían en casa, criando a los hijos y preparando los alimentos para sus esposos. El desafío de construir nuevas masculinidades ha llevado a que los hombres reconozcan el valor del trabajo de las mujeres y asuman un rol más equitativo en las responsabilidades de género.

Un camino hacia la independencia
En los territorios amazónicos, las mujeres enfrentan múltiples desigualdades estructurales debido a la vulneración de derechos fundamentales como el acceso a la educación, el trabajo remunerado y la propiedad de la tierra. Esta situación limita sus oportunidades para participar plenamente en la economía local y tomar decisiones informadas sobre su vida y su comunidad.
Frente a este escenario, un grupo de mujeres artesanas decidió organizarse para consolidar su producción de manera sostenible, aprovechando los recursos que les brinda el bosque, como las lianas de tamshi, cogollos de aguaje, huicungo y diversas semillas. Así nació la Asociación de Mujeres Artesanas de la Comunidad Nativa Palma Real – “Shi’Oi”, integrada por 40 socias que promueven su arte y tradiciones en nuevos mercados, con el objetivo de fortalecer el desarrollo económico de sus familias.

El nombre “Shi’Oi” significa “Paucarcillo”, fue escogido por las mujeres porque se identifican con esa ave, símbolo de arte y destreza en el tejido de sus nidos, que protegen a las nuevas generaciones. Del mismo modo, ellas ven en su trabajo artesanal un esfuerzo cuidadoso y delicado que, no solo es su principal fuente de ingresos, sino la continuidad de su legado cultural.
“La asociación nos dio la oportunidad de tener voz y protagonizar el primer emprendimiento de mujeres en nuestra comunidad que nos permite generar ingresos económicos a través de nuestros tejidos como bolsos, cestos, canastas, abanicos, escobas, entre otros”, afirma con orgullo Teófila.
Según el último censo del INEI (2017), hay al menos dos millones de mujeres indígenas en edad de trabajar, pero más de la mitad no accede a un empleo remunerado. Es decir, de 10 mujeres indígenas, 7 no tienen ingresos propios. Del total de mujeres que declararon tener un ingreso, el 49 % trabajó en actividades no calificadas y el 20 % en trabajos de servicio o comercio.
"Conformarnos legalmente ha traído más oportunidades a nuestras familias, como poder aportar en la educación de nuestros hijos. Pensábamos que la única manera de vender nuestras artesanías era caminando por la ciudad y ofreciéndolas de puerta en puerta”, relata Teófila.
Para ella, poder aportar a la educación de su hija menor, que actualmente cursa estudios universitarios, es un logro personal. “La venta de artesanía en las ferias me ha ayudado a solventar los gastos de mi última hija, que tuvo que irse a vivir a Puerto Maldonado por sus estudios”, manifestó.
Como Teófila, otras artesanas también están apostando por la educación de sus hijos. Hace unas semanas, un grupo de jóvenes dejó la comunidad para iniciar su formación universitaria en otra región amazónica, con el compromiso de regresar y contribuir al desarrollo de su pueblo.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), las mujeres tienden a invertir gran parte de sus ingresos en la educación, alimentación y salud de sus familias. En la misma línea, el Banco Mundial señala que “las mujeres reinvierten el 90 % de sus ingresos en sus familias y comunidades, mientras que los hombres reinvierten solo entre el 30 % y el 40 %”.
De espectadoras a protagonistas
Con la formalización de la asociación Shi’Oi, la realidad de las mujeres Ese Eja ha comenzado a dar un giro profundo. Este proyecto se ha convertido en una de las iniciativas más significativas de la comunidad, y sus integrantes son mujeres que, hasta hace algunos años, no ocupaban lugares de representación ni formaban parte de las decisiones comunales. Antes tejían solo para el uso cotidiano; hoy, en cambio, lideran espacios regionales y nacionales, donde comparten su arte ancestral y representan con orgullo a su pueblo originario.
“Yo siempre le digo a mi esposo que, como Ese Eja, siempre vamos a llevar nuestra cultura con nosotros y que, además de preservarla, debemos mostrarla al mundo para que sepan que nuestro pueblo existe en la Amazonía”, señala Rosario Soria Zapata, secretaria de la Asociación de Mujeres Artesanas Shi’Oi.
En la cosmovisión indígena, a diferencia de la masculinidad occidental, la identidad del varón está profundamente conectada con las prácticas ancestrales y los lazos comunitarios. Por generaciones, esto dejó a las mujeres al margen de los espacios decisivos y con escasa presencia en roles de liderazgo. En Palma Real, por ejemplo, solo una mujer ha llegado a ejercer la dirigencia comunal, un cargo históricamente ocupado por hombres.
Los datos reflejan esta realidad. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la participación de las mujeres en el liderazgo comunal sigue siendo mínima: de las 4,276 comunidades campesinas censadas, solo el 5 % (224) son presididas por mujeres indígenas. En el caso de las comunidades nativas, el porcentaje es aún menor: de 2,703 comunidades, apenas el 4 % (102) tiene como presidenta a una mujer.
Fermín, actual presidente de Palma Real, confiesa que le gustaría volver a ver a una mujer al frente de la dirigencia comunal. Reconoce el valor de su participación en los espacios de liderazgo, especialmente en un contexto donde muchas de ellas están impulsando iniciativas productivas que benefician a toda la comunidad. “Quisiera que otra mujer asuma el rol de presidenta. Sería una apuesta valiosa para seguir fortaleciendo el desarrollo de nuestro pueblo”, afirma.
Más allá de la resistencia, la construcción
Aceptar que sus esposas, hermanas y vecinas adquirieran independencia para salir de la comunidad y participar en ferias o eventos fue un proceso difícil para los hombres. No ocurrió de la noche a la mañana: ha sido un camino de transformación que muchos aún siguen recorriendo.
“Al inicio, mi esposo no estaba de acuerdo con que me ausentara de la casa para asistir a reuniones con la asociación o viajar a las ferias a vender nuestras artesanías. Pero poco a poco se ha dado cuenta de que esto nos genera ingresos para el hogar y nos brinda más oportunidades como mujeres indígenas”, asegura Rosario.
Con el tiempo, sin embargo, Cecilio comenzó a reconocer el valor del trabajo de Rosario fuera del hogar y a compartir más responsabilidades en casa. Aunque el cambio no fue inmediato, su mirada sobre el rol de las mujeres en la comunidad empezó a transformarse.

La percepción de Cecilio comenzó a cambiar cuando notó que, después de cada feria, Rosario regresaba con la alegría de haber conocido nuevos lugares donde su cultura era valorada. Además, traía ingresos y víveres que ayudaban a cubrir las necesidades del hogar. Su participación en la asociación de artesanas se fortalecía: asumía nuevas responsabilidades en la dirigencia y consolidaba su liderazgo.
Al verla tan comprometida con su trabajo y con la preservación de su cultura, Cecilio no solo empezó a respaldar sus decisiones, sino que también asumió las tareas del hogar cuando ella viajaba o asistía a reuniones con las instituciones que brindaban apoyo al grupo.
“En un inicio sí me costó entender que mi esposa estaba formando una asociación con otras mujeres porque pensaba que eso no servía, pero me fui dando cuenta que estaba equivocado y que tengo que apoyarla. Por eso, cuando ella se va fuera de la comunidad yo me encargo de mis hijos; les cocino, los llevo al colegio y estoy con ellos cuidándolos”, explicó Cecilio.
Este cambio positivo también quiere reflejarlo en su hija mayor, que está entrando a la adolescencia. “Le enseño las actividades que realizo porque quiero que sea una mujer fuerte y, en el futuro, también transmita este conocimiento a sus hijos”, dice con orgullo. Ha comenzado a instruirla en la técnica del tiro con arco, y hoy la joven se destaca como una de las adolescentes más hábiles en esta práctica. Tanto así, que durante el aniversario de la asociación sorprendió a los comuneros con su precisión al soltar la flecha, como si esta volara por sí sola.

Algo similar ocurrió en la familia de Alicia, la primera presidenta de la asociación Shi’Oi, quien fue reconocida por el Gobierno Regional de Madre de Dios por su contribución a la identidad regional y la difusión de su cultura ancestral. Sus logros como lideresa fueron recibidos, al inicio, con cierto recelo por parte de su esposo. “Para mi esposo fue impactante que yo comenzara a asumir mayores responsabilidades y me ausentara de la casa, más aún estando embarazada”, recuerda.
Tras dar a luz, se alejó temporalmente de la dirigencia, pero meses después regresó a la asociación con su bebé en brazos y su esposo a su lado, cargando la materia prima para sus tejidos.
“Mi esposo comenzó a entender que este proyecto nos da autonomía como mujeres indígenas, que trabajamos entre todas las socias y nos apoyamos para empoderarnos unas a otras, y así hacer crecer nuestro emprendimiento no solo en la región, sino también a nivel nacional”, resalta Alicia.
Además, menciona que son los propios esposos quienes ingresan al bosque de la Reserva Nacional Tambopata y el Parque Nacional Bahuaja Sonene para recolectar la materia prima destinada a la elaboración de las piezas artesanales, las cuales reflejan su vínculo con el bosque y su compromiso con la conservación. “Ellos recolectan, nos apoyan con la carga y preparan el proceso para el teñido de las fibras que vamos a utilizar”, sostiene.
Turismo con identidad y sostenibilidad
En el camino, descubrieron un potencial aún mayor: el turismo, una oportunidad para acercar a los visitantes a la cultura ancestral del pueblo Ese Eja. Gracias a una iniciativa impulsada por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas (SERNANP) y la Asociación para la Investigación y el Desarrollo Integral (AIDER), lograron construir el centro de interpretación cultural “Casa Shi’Oi”.
Este espacio hoy recibe a grupos de viajeros nacionales y extranjeros interesados en conocer la riqueza cultural de los pueblos originarios. La propuesta incluye un recorrido por la Casa Shi’Oi, donde artesanas y artesanos comparten sus mitos y leyendas, revelando cómo sus ancestros concebían el origen y la esencia de su pueblo.

La participación de los hombres ha sido clave para fortalecer una colaboración equitativa entre mujeres y varones. A través de comitivas organizadas, contribuyen en actividades complementarias como la música, la danza, el tiro con arco y la elaboración de piezas de cestería artesanal, confeccionadas con lianas teñidas con pigmentos naturales. Su apoyo también se extiende a la venta de productos artesanales y al soporte logístico en eventos comunitarios, fortaleciendo así una propuesta cultural compartida. Por su valor cultural y ancestral, el Ministerio de Cultura reconoció al pueblo Ese Eja como Patrimonio Cultural de la Nación en 2018.
Empoderamiento y crecimiento comunitario
Palma Real se está consolidando como uno de los destinos más atractivos de la región para el turismo en comunidades nativas. Este crecimiento ha permitido que las mujeres de la asociación Shi’Oi no solo fortalezcan su propuesta turística, sino que también amplíen su presencia en los mercados regionales y nacionales con la venta de productos elaborados a partir de los recursos del bosque.
Su talento artesanal les ha abierto las puertas de importantes ferias como Ruraq Maki y Perú Mucho Gusto, eventos de gran prestigio en el ámbito artístico y cultural. Estos espacios se han convertido en verdaderas vitrinas para visibilizar la riqueza de los pueblos originarios y revalorar su cosmovisión, destacando el conocimiento ancestral y el compromiso con la sostenibilidad en cada una de sus creaciones.
“Palma Real siempre ha tenido un potencial turístico y cultural, tenemos diversidad en flora y fauna y los conocimientos ancestrales que nos transmitieron nuestros abuelos. Las artesanas están muy bien organizadas y como presidente eso me motiva a respaldarlas”, manifiesta Fermín.
Una referente en la resistencia y el liderazgo indígena
A los 15 años, Teresita Antazú, del pueblo Yanesha —ubicado en la selva central del Perú, principalmente en las regiones de Pasco y Junín—, inició su camino en la dirigencia comunal, en una época en la que desafiar los liderazgos masculinos y luchar por la igualdad parecía una utopía que ella estaba dispuesta a derribar. Desde muy joven cuestionaba los mandatos sociales y desafiaba las normas impuestas a las mujeres. Le indignaba escuchar que no podían participar en las reuniones comunales porque eran “solo para los hombres”.
Cuando su madre le dijo que no debía subirse al árbol de palta porque estaba menstruando, hizo todo lo contrario: trepó tan alto como pudo para demostrar que el árbol no moriría por su presencia.
“Regresé a casa y pensaba si debía contarle o no a mi mamá, pero al final se lo dije: Me vas a perdonar, pero hice algo que tú me dijiste que no estaba bien”, recuerda entre carcajadas juguetonas. Ese día, su madre le dio una fuerte paliza, pero lejos de detenerla, eso la impulsó a seguir desafiando las creencias sobre las mujeres.
Ese gesto, tan simple como rebelde, encarna la lucha de muchas mujeres indígenas que, desde distintos territorios, están reescribiendo su historia: una historia tejida con memoria, fuerza y dignidad.

Cuestionar los roles establecidos le abrió grandes oportunidades. Hoy es una lideresa, defensora de los derechos humanos y la primera mujer en llegar a la dirigencia de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP). También fue la primera “cornesha” de su comunidad, un cargo equivalente al de un apu, pero destinado a las mujeres.
“Para mí fue el día más feliz de mi vida cuando me nombraron cornesha, porque logré romper un montón de barreras que se presentaron en el camino, pero que pude superar con el respaldo de las mujeres que confiaron en mí al elegirme como su representante”, declara Antazú.
Hacia una nueva generación
Para las generaciones más jóvenes, la equidad de género es un concepto más cercano. Los nuevos líderes que emergen en la comunidad nativa Palma Real reconocen que alcanzar un equilibrio en los roles de género requiere que las mujeres tengan mayor independencia, estabilidad económica y acceso a oportunidades que amplíen sus conocimientos y refuercen sus habilidades.
“Palma Real es una comunidad emprendedora gracias a las artesanas Shi’Oi. Las mujeres indígenas empoderadas demuestran a otras comunidades —donde todavía existe mucho machismo— que también pueden ser el sustento económico de sus familias, como lo están siendo aquí. Nosotros nos estamos preparando para el futuro, y las mujeres están tomando las riendas de su hogar”, enuncia con orgullo Peregrino, comunero y comunicador indígena de Palma Real.
También resalta la importancia de estas organizaciones comunales como estrategia clave frente al extractivismo amazónico, que pone en riesgo los territorios indígenas y su permanencia en ellos. “El turismo es una fortaleza para nosotros, porque no va a permitir que ingresen mineros ilegales al territorio”, enfatiza.
Así como Teresita, las mujeres de Palma Real —Teófila, Rosario y Alicia— están marcando un nuevo camino. Con cada decisión, con cada tejido que entrelazan y cada espacio que conquistan, están rompiendo barreras y dejando huella. Tal vez muchas aún no sepan que llevan dentro el potencial de ser lideresas, pero cuando miren atrás, encontrarán un sendero más firme, trazado por aquellas que, con valentía y determinación, desafiaron el destino que les impusieron. Su lucha es también un legado: una promesa de que las generaciones futuras crecerán con la certeza de que su voz y su liderazgo son esenciales para la comunidad.
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Este producto fue realizado como parte de la Beca Zarelia - Rompiendo Moldes “Transformemos los estereotipos de violencia y desigualdad” impulsada por Festival Zarelia @festivalzarelia, Wambra @wambraec y OxfamLAC @oxfam_lac.