domingo. 22.12.2024
Los migrantes solicitaban entrar en Perú como lugar de tránsito. Foto: Equipo Itinerante
Los migrantes solicitaban entrar en Perú como lugar de tránsito. Foto: Equipo Itinerante

Por: Equipo Itinerante de REPAM, desde la triple frontera Bolivia-Perú-Brasil*

Son las tres de la madrugada del domingo 14 de febrero, día del amor y la amistad en varios países y culturas. Soró apenas ha podido dormir. Se lo ha impedido el nerviosismo por la organización de este numeroso grupo de 380 migrantes. Quizás también la típica angustia, esa que siempre antecede a los cambios. Soró nació en Costa de Marfil, pero lleva ya unos años en Brasil. Aquí, en Brasil, conoció a Jeany, una mujer haitiana. Juntos comenzaron a gestar una bonita familia que hoy ya cuenta con tres miembros más.

Los migrantes, en pequeños grupos, se van desplazando desde la ciudad de Assis hasta el puente. La distancia es de unos dos kilómetros. Tienen que estar allí, en el puente, para cuando el día claree. Se corre el rumor de que hoy se abrirá la frontera y podrán continuar su viaje rumbo a los países del norte. Varias de las familias llevan esperando entre ocho a diez días en Assis con la esperanza intacta de que, al fin, podrán proseguir su viaje.

Ya están en el puente. Ahora necesitan organizarse, así que se disponen en tres líneas y dejan sus mochilas una tras otra. Así guardan su vez para cruzar la frontera entre Brasil y Perú. Les lidera un pequeño grupo que se acerca a los cuatro o cinco efectivos militares que hacen guardia en ese momento. Les informan que deben esperar hasta que lleguen altos mandos. Y ellos acatan la indicación.

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Así empezó esta crisis migratoria de más de tres semanas entre el estado de Acre, en Brasil, y la región Madre de Dios, en Perú. Y en el centro un puente sobre el río Acre, curiosamente el Puente de la Integración. Los migrantes haitianos y africanos salen de Brasil golpeados por la otra crisis, la económica, y la producida por el desgobierno de Bolsonaro en su gestión de la pandemia por la Covid 19.

El grupo inicial estaba integrado por 380 personas, muchas de ellas familias completas con sus menores hijos. El número ascendió después hasta casi 700. Foto: Equipo Itinerante

Conversamos. Los migrantes nos cuentan sus historias y encontramos, entre ellas, tres denominadores comunes. El primero es sobre su llegada, que se dio en dos grandes oleadas. La primera tras el terremoto de 2010 que devastó Haití; la otra, antes del Mundial de Fútbol de 2014. Tienen también en común la pérdida del trabajo por la pandemia y la crisis económica generalizada. Para capitalizar su viaje lo han vendido (casi) todo: camas, televisor, cocina, platos, vasos… Todo, literal.

La venta de sus escasas posesiones materiales, algunos pequeños ahorros y el efectivo pedido a los familiares son su ‘seguro de viaje’, el dinero suficiente para iniciar un viaje de miles de kilómetros hacia el norte.

El tercer denominador es lo que todos, absolutamente todos, quieren del Perú: “Eu só quero pasar” (Yo solo quiero pasar).

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Después de que el 14 de febrero se corriera el rumor de que podrían pasar, la espera se hace eterna. Comienzan a impacientarse. Llevan demasiadas horas bajo la lluvia y el sol. Los niños aguantan el hambre. Empiezan los lloros. La policía les solicita sus pasaportes para, aseguran, realizar un listado y poder encaminar su solicitud. Varias veces más los migrantes dejan claro que solo quieren pasar por Perú. Incluso, sugieren, si el miedo al contagio del Covid es el problema les pueden poner autobuses cada persona pagará su pasaje hasta la frontera por Ecuador.

Varios, en especial varones, permanecieron todo el tiempo en el puente viviendo en precarias condiciones. Foto: Equipo Itinerante

La espera continúa. La noche se acerca. Deciden quedarse a dormir, una noche más, en el puente. Su idea sigue intacta. Necesitan pasar por el Perú.

Es martes, 16 de febrero. Después de mucha espera, cansancio y escuchar repetidas mentiras y falsas esperanzas de las autoridades, los migrantes deciden entrar a la fuerza en Perú. Se desata la violencia. Incluso les tiran gases lacrimógenos para dispersarles y disuadirles, para que no avancen. La policía peruana muestra con crudeza su parte más violenta, golpean a hombres y mujeres, algunas embarazadas. Incluso algunos niños reciben golpes. Con esa dureza, la policía ha conseguido hacer retroceder a un buen grupo de hombres hasta el puente. Han dividido al grupo de 380 migrantes. Las familias quedan divididas. Así logran que no se vayan y se reagrupen. Un grupo grande es dirigido al estadio de Iñapari, primera localidad peruana al otro lado del puente. Desde allí, la misma policía se encarga de hacer varios viajes para el traslado y expulsión de los migrantes, una vez más, hasta territorio brasileño.

Catorce personas deben ser atendidas en el puesto de salud de Iñapari. Algunas contusiones, cuadros de angustia, asfixia… El mando de la Policía peruana llega a la posta y, a pesar de que los sanitarios siguen atendiéndoles, obliga a los migrantes que aún quedan ahí a subirse a las patrullas para ser expulsados de Perú. Una muestra más de la crueldad del accionar policial.

Un policía, un día después y ya vestido de civil, nos reconocerá que la fuerza fue excesiva. Confiesa que él, en ese momento, se acordó de su familia. Desaprueba el accionar de su propia institución.

Luego de esa entrada fallida al Perú, el país vecino refuerza su frontera. Cientos de efectivos, llegados de varios lugares, blinda el paso fronterizo. No se permitirá la entrada de ningún extranjero mientras dure el estado de emergencia.  Del lado de los migrantes se suceden días, semanas de calma. Es evidente que, si quieren llegar al norte, deberán cambiar de estrategia. De manera imprevista, el campamento del puente se va organizando. Tierno, migrante haitiano, nos dirá un atardecer: “Queremos salir de la República de Brasil, la República del Perú no nos quiere, así que vamos a fundar la República del Puente”. Esa declaración expresa la firme convicción de que, si es necesario, permanecerán bloqueando el puente hasta que se abran las fronteras. Para entonces los camiones de mercancías ya se cuentan por decenas a uno y otro lado del puente. Y los migrantes insisten: Los camiones no son más importantes que ellos. O que, si quieren que pasen un camión, que dejen pasar a 10 migrantes.

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En los días que siguen, las escuelas de Assis, que sirven de albergue, se van llenando. La cifra llega a 670 migrantes. Una cantidad muy alta para una pequeña ciudad como Assis de unos pocos miles de habitantes. El personal de la Gerencia de Asistencia Social de la Prefectura (municipalidad o ayuntamiento) no para de atender, organizar y sacar recursos de donde no hay. Brindan alimentación diaria y dan asistencia sanitaria.  Johana, Bruno, Sandro, el equipo de cocineras… Se multiplican en esfuerzos y, lejos de criticar la situación, la ven como una oportunidad para crecer, para fortalecerse, para servir.

El martes 16 de febrero los migrantes lograron entrar a Perú, pero fueron expulsados hacia Brasil horas después. Foto: Equipo Itinerante.

De igual manera, Joaninha, Óscar, Paco, César, Clarice, Hernique, Francinete, Junião, Pavel… desde la Iglesia católica no dejamos de atender y acudir al puente y a los albergues para acoger, mostrar solidaridad, escuchar, ser presencia gratuita en medio de esa realidad.

Ahí en ese espacio, sin cruzar la frontera ni viajar miles de kilómetros, hacemos nuestra itinerancia interior.  Esa itinerancia que empieza al escuchar las historias de vida de tantas personas que huyen de la miseria, de la explotación o al oír el empeño por alcanzar un amanecer para él o ella, y su familia.

Para recorrer esa itinerancia es preciso aprender a cruzar nuestras propias fronteras mentales o afectivas, sin hacer juicio, sin mirar desde nuestros propios lentes, sin condenar… pero sí con la mirada y la palabra que acoge, sí con la sonrisa cómplice, con el juego divertido de los niños y niñas, con el detalle que facilita, así se van configurando los lazos que unen a la humanidad.  Eso aprendimos también como equipo de misión. Entre ellos y ellas muchos no se conocían, venían de una misma realidad, de un mismo país o continente, pero sin conocerse fueron capaces de crear una piña alrededor de un sueño legítimo de avanzar para crecer.

Itineramos internamente junto a los migrantes, las manos dadas, la emoción a flor de piel, la ternura en los ojos, la sonrisa pronta, la confianza construida, la alegría al vernos otro día y saludarnos puño a puño y poner después el propio puño en el corazón en señal de respeto.

Respeto hacia los migrantes: todas las personas somos hermanas.

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Siguen pasando los días. Ante la imposibilidad de cruzar es preciso reinventar el plan. Los migrantes van mostrando los planes A, B y C. Uno de ellos consiste en cruzar las fronteras de manera ilegal, pagar un coyote para que te introduzca en los múltiples caminos de lo ilícito, pero que te llevan a tu objetivo. Esta pandemia nos demuestra cada día que las fronteras también sirven para crear y fortalecer las redes de tráfico de personas. Las manos de la avaricia se han embolsado, en este último año, miles y millones de dólares. Y al mismo tiempo, han dejado entrever el racismo e hipocresía de las sociedades.

Con los haitianos y africanos se ha constatado que la visibilidad multiplica el precio. Lo que paga un blanco o mestizo para cruzar un río o desplazarse en autobús, para un negro vale mucho más. Escucharemos en estos días, con dolor, rabia y tristeza, los múltiples abusos a los que son sometidos. Acordar con un coyote un trayecto y 500 dólares como precio y, después del pago, desaparecer robándoles los ahorros y las oportunidades; o pagar al coyote una alta cantidad (él, a su vez, debe pagar a quien ‘vigila’), que el coyote te transporte y, al llegar a tu destino, que la policía te detenga y te regrese al punto de partida, expulsándote del país.  Y vuelta a empezar.

Así se quedan, días y más días, viendo fracasar los planes A, B o C, mientras que los migrantes que no son negros resuelven rápido el trámite y logran cruzar ilegalmente la frontera.

María, mujer haitiana, explicando su historia a la policía que resguarda la frontera. Foto: Equipo Itinerante.

Uno de esos días los migrantes se manifiestan, pacíficamente, en el puente para solicitar el paso una vez más. Luego, haitianos y africanos conversan con militares y policías. El comandante militar les pide que no paguen a los coyotes, porque les engañan; y ahí llega la denuncia valiente de los migrantes. Dicen que es también la propia policía quien les pide dinero para dejarles pasar, evidenciando que la hipocresía llega disfrazada de decreto presidencial que cierra las fronteras, pero deja abiertos los bolsillos y carteras de la policía para recibir dólares del sudor haitiano y africano.

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Wilsmany Alexis era una de esas decenas de mujeres. Haitiana, no sabemos si con hijos, no sabemos si de Puerto Príncipe, no sabemos qué comida le gustaba más. Tampoco qué música tendría en su celular y gustaba escuchar. No sabemos con quién viajaba, ni de dónde salió, ni dónde quería llegar.

Pero sí sabemos que falleció por Covid-19 en Río Branco, capital del Estado de Acre, después de que su salud en Assis empeorara. Sabemos que murió solita, quizás con el cariño de una caricia de una enfermera.  Sabemos que tenía 30 años y mucha vida por vivir. Sabemos que un primo la esperaba en algún punto más adelante, punto que va desde Haití hasta EEUU, pasando por toda América del Sur y Centroamérica.

Sabemos que ella simboliza a las personas migrantes anónimas que fallecen en el camino de tierra o en los rieles de la bestia, o en las aguas del Mediterráneo o frente a las Islas Canarias: hondureños, senegaleses, salvadoreños, marfileños, mauritanos, togoleses, nigerianos… Que dejan en sus espaldas un pasado de dolor, pobreza y explotación. Caminan, mientras miran el horizonte, con la confianza de que lo que hay delante se intuye mejor.

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A través de estas líneas damos las gracias a los migrantes por sensibilizarnos, por poder ver en vuestros ojos la resiliencia, por esa vitalidad y esa alegría que emanan, por esa determinación, aprendimos con vosotros y vosotras. Gracias Soró. Gracias María. Gracias Laura Victoria. Gracias Nelsón. Gracias Valdemir. Gracias Jean. Gracias Sefiou. Gracias Komla. Gracias Solangie. Gracias Belangie. Gracias Osmandiel. Gracias Paula. Gracias Jeany. Gracias también a ti, que nunca supimos tu nombre… porque dejaron de ser rostros anónimos para ser amigos en la lucha por hacernos más humanos, más hermanos, más sensibles.

Les deseamos tanta fuerza en el camino como la que estos días nos han transmitido. Fuerza para que lleguen donde deseen y con sus manos trabajen por su legítimo futuro. Siempre habrá fronteras del corazón, en forma de racismo y prejuicio, que deberán cruzar.

La República del Puente duró desde el 14 de febrero hasta el 8 de marzo, quizás parezca un corto periodo de tres semanas. Pero la ‘República de los Migrantes en Camino’ sigue y seguirá existiendo en los miles de migrantes que se arriesgan y caminan hasta llegar con la consigna en los labios: “Eu só quero pasar” (Yo solo quiero pasar).

Porque con certeza pasarán y llegarán.

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*El equipo itinerante que trabaja en la triple frontera Bolivia-Perú-Brasil pertenece a la la Iglesia Católica y forma parte de la Red Itinerante de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM). Es una apuesta intercongregacional e interinstitucional que trabaja en la Amazonía desde hace más de 20 años. Actualmente tiene dos núcleos, uno en Manaus (Brasil) y otro en la triple frontera de Bolivia-Perú-Brasil.

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