Por: Mónica Villanueva (Centro Cultural José Pío Aza) y Beatriz García (CAAAP)
“Frente al gran conflicto puedes elegir dónde colocarte: junto a la empresa, en posición neutral o del lado de las víctimas. Este último es, en nuestra opinión, en el que la iglesia debe estar. Esto no significa ignorar el diálogo, pero debemos interpretar el problema de la minería a partir del punto de vista de las víctimas, que son las comunidades pero también la Madre Tierra que, como dice el Papa Francisco, es tal vez la víctima mayor en estas situaciones”.
Misionero comboniano de origen italiano, el Padre Darío Bossi es el coordinador de la Red ‘Iglesias y Minería’. Iglesias, en plural, porque esta red se define como un espacio ecuménico, conformado por comunidades cristianas, equipos pastorales, congregaciones religiosas, grupos de reflexión teológica, laicas, laicos, obispos y pastores que busca responder a los desafíos de los impactos y violaciones de los derechos socio-ambientales provocados por las actividades mineras. Un espacio diverso cuyos nexos principales son la fe y la esperanza en la construcción de un mundo con la dignidad por bandera.
Indica el padre Darío que se debe escuchar el grito de los pueblos que buscan una liberación. “Nuestra responsabilidad es caminar junto con ellos hacia esa liberación”, cree con firmeza. Sus palabras suenan contundentes y con suma convicción en lo que dicen. En especial cuando se aborda uno de los términos clave: desarrollo. Sí, ese desarrollo que los pueblos empobrecidos y con menos posibilidades anhelan pero que necesita de un equilibrio para que, como dice el Papa Francisco, salgamos de la cultura del descarte que ahora asfixia el planeta.
“Es un mito, una mentira decir que la minería contribuye al desarrollo de los pueblos o de los países porque, al contrario, acaba acumulando mucha plata en el capital de pocas personas, pocas empresas y dejando muchos impactos. Nosotros abogamos porque no sea con este tipo de extractivismo intensivo, violento y sin límites que se garantice el desarrollo”, detalla.
Sombras y miedos que, en ocasiones, dejan lugar a la esperanza. La posición adoptada por El Salvador es una de ellas. Un país que, aunque pequeño y que por sus dimensiones no cuenta con la misma problemática medioambiental que otros países más grandes de Latinoamérica, ha dado la espalda a la minería promulgando una ley que la prohíbe y que apuesta por un desarrollo que no merme, aún más, a la Madre Tierra.
“Es un reto fuerte para nuestros países, que son más grandes y tienen una relación mayor con la minería, ver cómo pasar de un extractivismo saqueador y destructivo a la minería esencial. ¿Cómo reducir para que la minería responda únicamente a las necesidades de los pueblos y no al interés financiero de capital de las grandes corporaciones?”, interroga Bossi, “contribuir a ese cambio es nuestro propósito”.
Trabajo en tres dimensiones
La labor de ‘Iglesias y Minería’ se plantea en varios escenarios. El primero de ellos en el de la articulación entre territorios y comunidades para que no se sientan aislados. “Este es el problema mayor porque frente al gigante de la minería, muchas veces aliado al Estado, una comunidad chiquita se siente impotente”, expone el padre Bossi, “pero cuando empieza a entender que los mismos daños, las mismas reivindicaciones vienen de otras comunidades hermanas esto la empodera, le da inspiración y fuerza”.
La segunda dimensión o ámbito es a nivel interno, en las propias iglesias. Dialogar y hablar con las jerarquías, los curas, los obispos, las órdenes religiosas y demás actores. En este caso se trata, sobre todo, de asesorar “para que entiendan cómo la Iglesia puede ayudar a una comunidad afectada y cómo relacionarse con las empresas para no caer en el error de hacerse amigo de alguien que te promete solo algunos pocos beneficios a cambio de impactos violentos sobre mucha gente”.
Un tercer escenario clave es el de la incidencia política y sobre las empresas. Ahí el reto es complejo de afrontar y resolver porque “¿cómo hacer para que estas empresas respeten finalmente la voluntad de las comunidades, sus derechos y los de la madre naturaleza?”.
Articulación intercontinental
Si bien la mayor parte de su actividad se centra en América Latina, donde surgió tras el primer encuentro desarrollado en Lima en noviembre de 2013, la Red ‘Iglesias y Minería’ poco a poco va tejiendo nuevas relaciones a lo largo de todo el mundo. El crecimiento es libre, intuitivo, no existe una inscripción o afiliación.
“Articulamos en varios países de Centroamérica, Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, Argentina y Chile y tenemos también la necesidad de dialogar con Norteamérica, donde tienen base muchas empresas mineras pero donde también hay muchos movimientos sensibles y aliados, de la misma forma que hablamos con Europa”, explica Bossi.
Incluso, cuenta, el año pasado se realizó un foro social sobre minería en Sudáfrica donde sorpresivamente se confirmó la similitud en problemáticas que también se viven en países africanos y la necesidad de intercambiar experiencias con las iglesias latinoamericanas. La apertura, asegura el coordinador, es total.