Muchos dirán que hay numerosos hijos ilustres en Madre de Dios y quien sabe en el mundo, pero quiero referirme a alguien muy especial que conocí de niño, muy comprometido con su pluma y con nuestra Amazonía. Me refiero a Alfredo Pérez Alencart, poeta, ensayista y profesor de la Universidad de Salamanca.
Alfredo nació en Puerto Maldonado y entre los cargos que ocupa desde que decidió ir a la madre patria, tierra de sus antepasados por parte de padre, se destaca que en 2005 fue elegido miembro de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía, y desde 1998 es coordinador de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos. Además, en el año 2013 poetas y escritores del mundo le rindieron un justo homenaje que se plasmó en el libro Arca de los Afectos.
En lo personal me tocó en dos oportunidades presentar dos libros de Alfredo Pérez Alencart, ninguno más importante que otro, el primero fue un homenaje a sus 50 años. Recuerdo el orgullo de sus padres, de sus amigos, familiares, y los recordados compañeros de las viejas aulas del Colegio Guillermo Billinghurts. Ahí recordamos como llega a sus 23 años a Salamanca y es en esta, la que llama su ciudad patria, tiempo en el que ha tendido puentes con la otra orilla del castellano y portugués, escribiendo una obra poética que los especialistas estiman importante.
La gran aportación de Alfredo Pérez Alencart a nuestras letras es que él comunica con su poesía su conquista mayor: que todo sea uno. Su vida americana y su vida española, su mundo amazónico y su mundo europeo, sus versos torrenciales y su precisión ética. Cuando leo la poesía del Alfredo me doy cuenta que la palabra amistad existe, que la palabra reconocimiento es una afirmación, es una fe, es un dogma, y que en los últimos peldaños de vida encuentro los filamentos de tallada poesía dedicada a un hombre nacido en nuestra Madre de Dios.
Es cierto, quiero ser sincero, derramé algunas lágrimas de orgullo, y es más cuando Alfredo Alencart a menudo recorre las rutas físicas y los vericuetos existenciales de sus más iniciales y auténticos asombros: el Amarumayo, el legendario río quechua de la serpiente o de la culebra, el actual torrente Madre de Dios; el Manu, una de las reservas de biosfera más diversa e importante del planeta, y la ciudad de Puerto Maldonado que lo viera nacer, la capital del departamento de Madre de Dios, fundado en diciembre de 1912, le sirven de telón de fondo al poeta para explayarse en sentidas y genuinas confesiones: "ENTREN, entren conmigo por esta trocha, / bajo la tenue luz de la lluvia: / Entren, amigos, y constaten lo que se siente / cuando en los ojos se posa el verde de la vida".
El otro libro que me tocó presentar en el auditorio principal de nuestra universidad fue el poemario “Memorial Tierraverde” que viene a ser la denuncia de un hombre que ha convivido con la naturaleza que Dios nos dio. Conozco la pasión de Alfredo por la poesía y en cada uno de ellos su voluntad de vida, del amor y de la esperanza que siempre hace gala de su valiosa propuesta poética, cuando dice:…quizás yo sólo sea el reverso de una sombra; también el permanente olvido de la amazonía está patente en los versos del poeta Alfredo cuando nos dice: De la selva surgen/ horizontes de fascinación/ Misterio del lugar, vida/ palpitando presentimientos,/ atmosferas que rozan/ mi espíritu. Así el masato/ embriagándome el corazón/ bajo la sombra de una/ shapaja. Hambriento de Amazonía,/ acopio tallos y hojas/ pájaros y querencias/ contra la nostalgia. Así conservo/ divinos mundos de adentro.
Alfredo Pérez Alencart sí es un ilustre hijo de Madre de Dios, y hoy con esta columna de la radio de mi vida que, me permite llegar a ustedes, quiero terminar diciendo que con esa poesía, versos torrenciales y precisión ética, estamos ante un gran poeta que goza del reconocimiento que se merece como uno de los más personales y admirables de los últimos lustros.
Permítanme terminar con versos de Alfredo en "Tierraverde":
Tierra que cabes
en el tamaño de mi corazón,
por la piel del ojo
eres todo cuanto miro
y siento
como filiación y
penúltimo encantamiento.
Tierra enraizada
a la semilla de la resurrección,
abro diálogo contigo
y me donas
la bandera de tu desgarrada
arboladura.
Te quiero
indefinidamente verde,
tierra que oyes
como tocan a tu puerta
mis temblorosos nudillos,
siempre acompañados
de mariposas verdes.