La mujer que salvó a su último hijo vendiendo escobas de tamshi
Por: Beatriz García Blasco (CAAAP)
Difícil saber, a ciencia cierta, cuántas décadas tiene Elsa. Casi tantas como las que lleva tejiendo, con infinita paciencia, lianas de tamshi en su humilde casa de la comunidad nativa de Palma Real, del pueblo Ese Eja (uno de tantos pueblos indígenas casi desconocidos para la mayoría de peruanos) en la frontera de Perú y Bolivia. Allí, a orillas del río Madre de Dios, la encuentras a cualquier hora perfeccionando un sombrero con casi un metro de diámetro, uno de los objetos más difíciles de tejer por la paciencia y precisión que requiere “para que no te salga chueco”; o ‘craneando’ cómo combinar colores para innovar con nuevos modelos de abanicos 100% naturales que su hija le ayudará a vender en las siguientes ferias de artesanía.
“Sí, te entiende”, nos comenta su hija. Elsa nos mira y sonríe. Está
sentada en el piso de madera, cobijándose del fuerte sol de mediodía.
Teje con una sola mano, la derecha, pues desde su nacimiento carece de
la otra extremidad superior, que concluye a la altura del codo. En su
reemplazo, se sirve del dedo gordo de su pie para tensar la liana y
lograr un entrelazado perfecto. La rodean varios sombreros y abanicos,
que muestra con orgullo cuando nos interesamos por su trabajo. Ambos
objetos son su especialidad, aunque en sus inicios como artesana más se
dedicaba a las escobas y las cestas, no para la venta al público, sino
para su uso en la vida cotidiana de la familia. Ahora las escobas ya no
resultan rentables, pues se usa demasiado material, demasiada liana de
tamshi, para el precio que se paga por ellas.
Hay que indagar en su testimonio para comprender y valorar
íntegramente la historia personal de Elsa Viaeja Eteje, una de las
sabias por excelencia del pueblo Ese Eja. Una vida que le llevó, en
2017, a ser reconocida como ‘Personalidad Meritoria de la Cultura’
mediante la Resolución Ministerial Nº 139-2017-MC firmada por el
entonces ministro, Salvador del Solar. Unos meses antes el sociólogo del
pueblo Harakbut Héctor Sueyo, aquellos años al frente de la Dirección
Desconcentrada de Cultura de Madre de Dios, se interesó por confeccionar
una reseña narrando la vida de la veterana artesana y cómo, a pesar de
sus limitaciones físicas, había salvaguardado la sabiduría que en ella
depositaron su madre y su abuela. Por si fuera poco, se había esforzado
en enseñar, sensibilizar y retar a sus paisanas para que mejoraran sus
técnicas. “Les decía, si yo con una mano puedo hacer esto. Tú que tienes
dos manos, ¿por qué no puedes hacer más y mejor que yo?”, recuerda
Sueyo de aquellas largas conversaciones de años atrás. Hoy su comunidad
cuenta con una importante asociación de artesanas de más de 50 miembros
que generan, gracias a este trabajo, ingresos económicos para sus
familias.
Viajemos al año 1987 e imaginemos a una madre indígena que, con más de diez hijos, siente cómo el último de sus vástagos, recién nacido, se le muere por falta de alimento. “Mis pechos no daban leche”, recuerda la anciana en un limitado castellano. ¿Qué hacer para salvarlo? “Cogí algunas escobas y cestos que había tejido y fui a Puerto Maldonado. Allí, en la Plaza de Armas, una señora me preguntó. Le dije que quería vender mi escoba para conseguirme leche para mi hijo, y ella me la compró. Así pude comprar la primera lata de leche”, relata apoyada en la interpretación de sus familiares. Eran años en que los árboles de mango abundaban y sus hojas poblaban los patios de las casas más señoriales de la capital regional. Las escobas de tamhsi se convertían en un aliado perfecto en una ciudad con muy poca comunicación y comercio con otros puntos del país.
Muy pocos le daban la importancia debida a la sabiduría y la
artesanía de los antepasados. “Hacer escobas y cestos era parte de la
vida cotidiana, para cargar la castaña, el pescado… era una costumbre
más”, explica Sueyo. En el caso de Elsa, su limitación física y las
orientaciones de su mamá condicionaron su especial interés por el tejido
del tamshi. No podía realizar muchas actividades agrícolas, pues para
casi todo se necesitan las dos manos. Tampoco podía recoger lianas, así
que se dedicó a guardar los retazos que quedaban en el piso y, poco a
poco, ir perfeccionando su técnica. Como recuerda Sueyo y ella misma
narraba, en aquellos años 80 sus paisanos la miraban con extrañeza
porque “entonces las comunidades eran más pescadoras y recolectoras, y
también vivían de la madera. Eso les daba más rentabilidad, iban a
Puerto (Maldonado) a vender su paco, gamitana, dorado, doncella…”.
Después de aquella primera escoba llegaron más. Elsa se dio cuenta de
que el tamshi iba a ser su medio de vida, que gracias a él “podría
alimentar a mis hijos”. Por eso, dentro de una estricta humildad, en su
casa nunca más falto un pequeño plato de comida. Cuando sus paisanos
comprobaron que aquellos niños y jóvenes estaban bien atendidos, le
preguntaban: “¿De dónde tienes plata? ¿Quién te ha regalado?”. Y ella,
con orgullo, les comentaba que todo era gracias a su trabajo. Su
ejemplo, poco a poco, empezó a contagiar a otras mujeres. “Su historia
me conmovió”, confiesa Sueyo. De Elsa Viaeja destaca su naturalidad, su
sencillez. Una personalidad que se plasma en la conversación que el
sociólogo tuvo con la maestra artesana cuando, desde Lima, les
notificaron que iba a recibir el reconocimiento como ‘Personalidad
Meritoria de la Cultura’.
- En Lima el ministro Salvador del Solar quiere hacerte un
reconocimiento por ser una artesana famosa de Madre de Dios, pero te
tenemos que llevar a Lima. ¿Quieres ir?
- No quiero. Yo nunca he volado en avión, me da miedo.
- ¿No has volado en avión? Pero no te preocupes, pero puedes ir con alguna persona más, para que te ayuden.
- No quiero. Nunca he viajado, no sé cómo será. ¿Qué tal muero adentro? Yo no me quiero morir.
Su respuesta, contundente, se repitió cuando le propusieron a su hija
que fuera ella en representación de su mamá. “Si ella no quiere, yo
tampoco”, sentenció. Y el reconocimiento, finalmente, fue recogido en
Lima por el líder y representante Ese Eja Gilberto Jojajé.
Así es Elsa Viaeja Eteje. Uno de los grandes ejemplos de las
lideresas indígenas invisibles. Lideresas que no enseñan con palabras,
sino con su trabajo abnegado por conservar, con la ilusión de una niña,
la memoria de sus ancestros.